Ser moro o ser cristiano tiene diferente consideración a los ojos de la grúa municipal. La fiesta religiosa de los musulmanes se celebra, como de todos es sabido, los viernes. La de los cristianos, los domingos. Los viernes al mediodía, hora del rezo musulmán, los alrededores de la mezquita de la M-30 de Madrid se inundan de coches que sus devotos dueños abandonan esparcidos en arcenes y cunetas, llegando, incluso, hasta la propia M-30, aparcados en hilera procesional.
Los dueños pueden rezar tranquilos sin miedo a la visita impositiva de la grúa municipal. El respeto a la libertad religiosa ha llevado al Ayuntamiento a hacer generosas excepciones en su afán recaudatorio. Todo sea por promover la gran alianza y hermandad entre las civilizaciones. Los cristianos también van a misa, algunos en su coche. ¿Han probado a dejarlo durante sus rezos frente a la Almudena, S. Francisco el Grande o ante Los Jerónimos? En bodas, bautizos, comuniones y entierros en cualquier parroquia, ¿la grúa municipal pasa también de largo ante los vehículos, respetando el rezo y el fervor de sus dueños? Tolerancia y consideración para todos por igual. Para los cristianos, también.
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