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viernes, 10 de junio de 2011

Así quitan el trabajo a los nacionales: Muchos inmigrantes pujan a la baja para conseguir trabajos por horas

Su lugar de trabajo son las entradas de los mercados y las grandes tiendas de construcción. Allí pasan su jornada laboral, esperando descargar un camión o la llegada de alguna furgoneta que se los lleve a una obra para trabajar unas horas o, con mucha suerte, unas semanas. En la avenida de Eduard Maristany, en Sant Adrià de Besòs, los constructores, en su mayoría autónomos que hacen reformas de viviendas, tienen todo lo que necesitan para ofrecer precios baratos a sus clientes. Dentro, materiales a precios competitivos. Fuera, decenas de inmigrantes dispuestos a trabajar casi a cualquier precio.
La llegada de una furgoneta marca una estampida de trabajadores y una atropellada negociación. «Voy yo». «¿Cuántos necesitas?». «Mi amigo y yo». «Él es electricista, llévatelo a él». «Sesenta euros, bueno 40», acepta la rebaja a toda velocidad uno de ellos. Un empresario chino pide dos hombres para descargar un camión repleto de mercancía en el polígono de Gran Land. Diez euros para cada uno. En un despiste, cinco de ellos ya están metidos en su furgoneta y, como puede, logra deshacerse de los tres que no necesita. Al final, tres de los 30 han salvado el día. Y 27 permanecen a la sombra, como siempre, a la espera de una nueva furgoneta.
El fenómeno se repite al menos en otros tres lugares más del área metropolitana de la capital. En la calle de Campo Florido, en el barrio del Congrés de Barcelona se reúnen entre 20 y 50 damnificados del mercado laboral de la construcción que no para de vomitar trabajadores. «Cada semana llega al menos uno nuevo. Les decimos cómo funcionamos aquí. El primero que habla tiene la prioridad y el resto se tiene que callar. Si hay alguien que no ha trabajado en varias semanas, dejamos que hable primero él. Hay que evitar peleas porque no queremos quejas ni que venga la policía», explica un boliviano de 39 años.
TRABAJOS NO PAGADOS / Muchos no tienen permiso de residencia pero cada vez son más quienes tienen papeles e incluso han acumulado varios años de experiencia. «Trabajaba para una empresa subcontratada de la L-9 del metro pero se fueron retrasando en los pagos. Cuando me debían tres meses me fui y los denuncié a la Inspección de Trabajo. Y ahora como no hay trabajo por ninguna parte, vengo aquí, Aunque no salga nada, te distraes hablando con tus amigos», cuenta su compatriota.
En la Plataforma de la Construcción, en el número 73 de la calle de Pablo Iglesias de L’Hospitalet de Llobregat, los obreros desempleados también tienen otra ocupación: llamar cada día a los autónomos que no les pagan el trabajo realizado. «Ahora ya ninguno de nosotros acepta irse a trabajar si no cobra el mismo día. A mí me deben más de 700 euros, que me llegarían para regresar a mi país», comenta Yeisong, un ecuatoriano de 26 años. «Antes yo creía que hacían eso los españoles, pero ahora hay muchos paisanos que te hacen lo mismo», agrega.
TAMBIÉN EN MERCABARNA // Allí también funciona la subasta inversa. Muchas veces se coloca quien pide menos dinero por su trabajo. «Algunos se van hasta por 30 euros el día. Es una vergüenza, en el fondo me dan lástima. Se tienen que ganar la vida como sea porque no saben ni delinquir», dice Miguel, un boliviano de 27 años.
La carga y descarga de camiones también absorbe una buena cantidad de desempleados. En Mercabarna, esta función está prácticamente acaparada por marroquís y cada día decenas de jóvenes deambulan por los pasillos pidiendo trabajo. Unos 200 hombres suelen encontrar allí al menos un par de hora de trabajo al día. En el sector de la frutería, un marroquí conocido como Moja mantiene una red de empleo informal. «Los voy probando, si sirven les sigo dando faena y si no, se la quito poco a poco pero con tacto, porque algunos son conflictivos», asegura el hombre que desplazó hace 20 años a una familia española dedicada a esta labor. «Puedo ganar desde 10 hasta 50 euros cada día», explica Bilal, de 24 años y procedente de Tánger.
En las afueras, pequeños grupos también suelen esperar la llegada de camiones procedentes de Murcia y Andalucía pero el uso del teléfono móvil ha mermado los grupos de trabajadores en precario que ya no son tan numerosos. «La mayoría de los camioneros ya no eligen a los descargadores en la puerta sino que los ya llaman o mandan un mensaje antes de llegar», explica un responsable de seguridad del mercado. Allí, la miseria laboral ya no es tan visible.

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