Durante años, un predicador salafista ha recibido fraudulentamente 1.800 euros al mes de la asistencia social alemana. El mahometano, que jamás ejerció ninguna profesión desde su llegada al país, deberá reintegrar al Estado las cantidades percibidas ilícitamente.

Sin embargo,como los años pasaban, pero Ibrahim, que llegó a Europa para pagarnos la pensión a los futuros provectos, no trabajaba, los astutos funcionarios, intrigados por tan extraño y misterioso comportamiento, decidieron investigar. Un día unos servidores de la asistencia social, algo ahítos y expectantes, espetaron al imán qué razón le impedía realizar una actividad lucrativa que le facilitaría prescindir del humillante subsidio. El agareno, como un personaje extraído de los mejores chistes de Gila, respondió contundente: “Si yo me viera obligado a trabajar… no podría preparar mis sermones”.
El caso de Ibrahim, parásito social practicante, no es el único; en realidad, sólo Alá sabe cuántos de sus creyentes llevan una vida plácida a costa del aborrecido infiel en Alemania, Gran Bretaña, Francia, Bélgica, España… Y con semejante panorama no es extraño que las mesnadas de Mahoma estén inundando la envejecida y estúpida Europa, donde pueden exigir su derecho a mezquita y subsidio.
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