La guerra de la tradición islámica contra la modernidad occidental
Aymeric Chauprade.- A diferencia de Occidente, civilización moderna, el islam en su gran diversidad étnica y lingüística, jurídica y religiosa, y política, conserva los elementos de su Tradición propia. Y mientras nuestro mundo, Occidente, está hecho de pueblos que se debaten en la tela mal cortada de unas fronteras estatales, también es el del choque entre las civilizaciones tradicionales (islámica, hindú, china), por ser la única civilización moderna. El choque es tanto más violento que las civilizaciones tienen pretensión universal.
En la Tradición islámica indiscutida, debemos considerar dos áreas geográficas: la Casa del Islam y el mundo de los infieles. O sea: la geografía de la Verdad y la geografía de los errores. Mientras la “Verdad” no haya triunfado de los errores, los dos mundos estarán en guerra. Esta es la razón por la cual la tradición islámica llama al mundo de los infieles la Casa de la Guerra.
El objetivo de la Tradición islámica es doble: consolidar la geografía sometida (islam significa sumisión) y extender al resto de la Tierra la sumisión. El Corán contiene una gran cantidad de referencias y de ocurrencias que tratan de la necesidad de llevar, por un lado, la lucha al territorio de los infieles, y por otra parte al interior de si mismo. La guerra santa (o guerra legal) es una obligación para el conjunto de la comunidad musulmana, por lo menos hasta el momento en que, a falta de ser convertidos, los infieles paguen un impuesto específico que hace de ellos unos tributarios. Por lo tanto, un buen musulmán se conforma a la obligación de la guerra santa, tanto al interior de si mismo, como al exterior, alzando la espada contra los infieles. Un buen gobierno es aquél que, por un lado ayuda al musulmán a ser musulmán, y por el otro contribuye a ensanchar los límites de la Casa del Islam.
Luego, la doctrina clásica del islam afirma muy claramente que la acción encaminada al triunfo de la Verdad es obligatoria. Con los Estados musulmanes, sólo son posibles treguas temporales, en ningún caso tratados de paz definitivos. El derecho internacional clásico concebido por las naciones cristianas y retomadas por la civilización occidental moderna es pues ilegítima para la Tradición islámica, tanto como los gobiernos musulmanes impíos que aceptan el derecho internacional y han abandonado todo esfuerzo de expansión del islam.
Lo que es muy característico de la civilización musulmana es que esta no reconoce al poder temporal más que una muy débil legitimidad. Constantemente puesto en entredicho, el poder temporal debe probar que actúa conforme a la Tradición. Si no lo hace, los hádices y los versículos del Corán están ahí, muy numerosos, que autorizan la revuelta contra el soberano y su asesinato. En el islam clásico, nada ha sido dado al César. Lo que es considerado como despótico, luego ilegitimo, es aquello que se aparta de la sharia. Y es precisamente porque el islam es todavía una civilización auténticamente tradicional que la legitimidad política se define dentro de la legitimidad religiosa. El insurgente, el justo se convierte en la sombra de Dios sobre la Tierra, y está autorizado para eliminar al príncipe impío.
La ilegitimidad del poder: ese es el problema principal que arrastra el islam desde hace siglos y lo que explica lo esencial de los sobresaltos sangrientos de la historia del mundo musulmán: fractura entre y sunitas y chiítas, las erupciones continuas del mahdismo, los asesinatos incesantes de califas y de sultanes, las sectas apocalípticas contrarias a todo poder califal… Y es que Mahoma murió sin haber dejado descendencia. Y a la diferencia de Jesucristo, era un jefe a la vez religioso y político. Le dió a Oriente una legitimidad religiosa, pero no ha legado ninguna legitimidad política.
Hoy la Tradición islámica está en guerra contra la Modernidad occidental antes que con la civilización tradicional occidental, la cual duerme del sueño de un volcán.
La guerra es en primer lugar contra la occidentalización del mundo musulmán. Aquellos que llamamos “musulmanes moderados” son en realidad personas que han abandonado, en grados diversos, la Tradición islámica para acercarse a la modernidad occidental. El “islam moderado” es en realidad el mundo musulmán occidentalizado, es decir, modernizado, en sentido occidental. Y aquel musulmán que llamamos islamista, ya que es del interés común de los occidentales y de los regímenes musulmanes modernizadores de diferenciar el uno del otro, es en realidad un musulmán auténtico, es decir un creyente enraizado en la Tradición islámica.
Esta guerra de la Tradición islámica contra los errores interiores (la occidentalización, pero igualmente para los tradicionalistas sunitas, la herejia chiíta), es completada con una guerra contra las intrusiones no islámicas en la Casa del islam: el sionismo, las ocupaciones militares norteamericanas en Arabia Saudita, en Iraq… Los gobiernos musulmanes tienen el deber de hacer aceptar los predicadores musulmanes en la Casa de los infieles (o Casa de la Guerra), por contra le es formalmente prohibido aceptar la implantación en tierra de islam a poblaciones que no sean musulmanas o que no hayan sido convertidas en tributarias.
Según la Tradición islámica, las treguas con los infieles son temporalmente aceptables, pero en cuanto la balanza de la fuerza lo permite, entonces la guerra deber reiniciarse. El periodo de la Guerra Fría ofrece una ilustración reciente de ello. Muchos son los movimientos islámicos que han aprovechado, durante la era de la bipolaridad soviético-norteamericana, el apoyo logístico de los servicios secretos norteamericanos porque combatían la progresión rusa en la periferia musulmana de la URSS (Afganistán) y porque los partidos comunistas y nacionalistas árabes amenazaban con laicizar las sociedades arabomusulmanas. Varios países occidentales, entre ellos los EEUU y Gran Bretaña, Israel con Hamas frente a la Autoridad Palestina de Yasser Arafat, pero también muchos países musulmanes, han manipulado los movimientos islamistas, siguiendo lógicas de corto plazo, sirviéndose de ellos para golpear un adversario o un vecino. Gracias a estos apoyos estatales las redes islamistas han podido desarrollar una importante logística armada y financiera. Pero los islamistas sabían que estaban momentáneamente aliados con gentes que no creían en nada más que en unos intereses a corto plazo, y nunca olvidaron la lucha que llevaban en el largo plazo.
Desde hace siglos, está asentada en el corazón de la Tradición islámica una lógica de desestabilización de los poderes temporales musulmanes. Los que en el islam actúan en nombre de Dios pueden apoyarse en una argumentación sólida provista por la Tradición más ortodoxa. No hacen más que plegarse a la obligación de la jihad: luego son los verdaderos héroes de la Tradición islámica, aquellos cuyos nombres, por delante de los jefes de Estado musulmanes, quedarán en la memoria perdurable de la historia islámica.
El orientalista Bernard Lewis nos recuerda a la famosa secta de los Asesinos, que los Ismaelitas consideraban un cuerpo de élite en la guerra contra los enemigos del islam. Los asesinos salidos de esa secta que mataban a los “opresores y los usurpadores” recibían el nombre de “fedayin” (el que se entrega) y ganaban la felicidad eterna inmediata junto a Mahoma, de la misma manera que los kamikazes musulmanes de hoy llegan al Paraíso en el mismo instante en que abandonan la vida temporal.
El islam actúa desde hace siglos en una guerra asimétrica contra los poderes temporales musulmanes. Y en esta lógica asimétrica es perfectamente interiorizada en la Tradición islámica, que sabe que le bastará con disponer, frente a unos Estados y unos gobiernos temporales poderosos, de algunos puñados de fedayines capaces de ofrecer sus vidas en sacrificio.
La práctica del terrorismo por atentados con bombas no es específico del islam. En los años 70, las bombas que explotaban matando a civiles, eran sobre todo obra de movimientos radicales de izquierda, tanto en Occidente como entre los palestinos laicos (cuyos jefes eran muchas veces cristianos), o de los partidos marxistas de Asia. Sería luego un error hacer del terrorismo un fenómeno puramente islámico. El terrorismo es un fenómeno muy antiguo pero cuya expansión corresponde a la guerra moderna, a la guerra de masas, la que, desde el final de la 2ª Guerra Mundial, hace más víctimas civiles que militares.
Tampoco la lógica sacrificial de los kamikazes portadores de bombas es especifico de la civilización islámica. El suicidio como acto de guerra se encuentra en el conjunto de las civilizaciones tradicionales orientales. Los kamikazes japoneses nos han dado el ejemplo y el escritor Mishima nos ha expuesto su estética. La civilización moderna de Occidente, cada día más extranjera a la lógica tradicional de la ascesis y del sacrificio heroico, sólo se queda del kamikaze con el espantoso resultado del gesto en el autobús lleno de niños y de mujeres, o en el avión golpeando un edificio con 3000 personas dentro. En realidad, en estos gestos espectaculares y criminales, hay dos dimensiones que conviene distinguir y examinar separadamente. En primer lugar hay algo auténticamente tradicional: la entrega de su vida, que es un acto heroico.
En la visión tradicional del mundo, toda realidad es un símbolo y todo acto es un rito, y eso vale también para la guerra. La guerra puede revestir entonces un carácter sagrado y la guerra santa se confunde con la vía de Dios. En la Tradición islámica, las dos guerras santas descritas, la pequeña, librada contra el enemigo exterior infiel, y la grande, librada contra los enemigos que el hombre lleva en él. En la ascesis guerrera de la Tradición islámica, la pequeña guerra santa (de la que conocemos los efectos, ya que somos los enemigos señalados de esa guerra santa) es un medio para el musulmán para realizar la gran guerra santa, la del camino personal hacia el Paraíso de Alá. Leemos en el Corán que “la vida de este mundo no es más que un juego y una frivolidad” (Corán XLVII, 38). Tal y como lo había señalado el tradicionalista europeo Julius Evola en su “Revuelta contra el mundo moderno”, el Corán es la “formulación islámica de la doctrina heroica de todas las civilizaciones auténticamente tradicionales”.
La Tradición islámica le da mucha importancia al “shahid”, es decir al testigo de la fe o mártir, tal como lo atestiguan los comentarios coránicos y varios hádices. En el chiísmo, la muerte voluntaria y violenta del kamikaze es una purificación que asegura una llegada inmediata al Paraíso de Alá. Por ello, el “shahid” se ve liberado de todo pecado por su rito sacrificial y no necesita de la intercesión de Mahoma.
La Tradición islámica se posiciona, como toda tradición y por oposición con la Modernidad occidental, a la polaridad hombre/mujer. La negación de la diferencia entre los hombres y las mujeres es una de las razones que ponen violentamente la Tradición islámica contra el Occidente moderno.
En la Tradición (esto vale para la mayoría de las tradiciones, tanto orientales como occidentales), el guerrero (el héroe) y el asceta son los dos tipos fundamentales del arquetipo masculino, tanto como la amante y la madre son los tipos del arquetipo femenino. Hay dos heroismos, uno activo, masculino, el otro pasivo, femenino: el heroísmo de la afirmación absoluta y el heroísmo de la abnegación absoluta. El islam trata de conservar esta bipartición y el islamismo tiende a mantenerlo, a veces acentuando los rasgos frente al asalto de la modernidad occidental, la que empuja a los hombres a mostrar una parte de feminidad y a las mujeres una parte de virilidad. Respecto a esto, algunos comentaristas hacen un contrasentido acerca de la interpretación del fenómeno de las mujeres kamikazes en las filas de Hamas o de Hezbollah. Creen ver en la presencia de estas mujeres, la señal de una progresión hacia la igualdad de los sexos en la sociedad islámica. El contrasentido es total. Las mujeres kamikazes del Levante, ya sean musulmanas o cristianas (las hubo en los años 80, algunas palestinas cristianas en el Líbano) presentan todas un rasgo común. Su acción sacrificial se inscribe a cada vez en la prolongación del sacrificio guerrero, de un marido, de un hermano o de un hijo. Estamos aquí en el heroísmo feminino del la abnegación absoluta, no en el heroísmo de la afirmación. El caso de la kamikaze palestina o chechena se parece al de la esposa india que se arroja a las llamas de la pira funeraria aria para seguir en el más allá al hombre al que se había entregado, o a la de la madre azteca, cuya muerte ocurrida en el parto aseguraba la inmortalidad celestial, privilegio reservado habitualmente al guerrero muerto en el campo de batalla.
Si el acto sacrificial de la muerte voluntaria es más tradicional que específicamente islámico, en cambio lo que es típicamente oriental en el acto del atentado suicida es la idea de que la sangre de los suyos pueda ser pagada con la sangre de cualquier miembro del clan enemigo. En las sociedades semitas, la árabe o la judía, la deuda de sangre es colectiva. No es personal como en la Tradición primordial europea, sin duda llevada a su quintaesencia por el ideal medieval de la Caballería. El atentado ciego se inscribe en la continuidad de los actos genocidarios abundantemente descritos en el Antiguo Testamento. Un Oriente de venganza en el que los actores principales se pelean derramando la sangre de sus hijos, sus mujeres, sus parientes, de sus primos… Oriente judío y musulmán, Oriente semita.
La noción de víctima inocente es una noción muy occidental. En Oriente, en Asia, la raza, la sangre, el clan hace de cualquiera un culpable. Los kamikazes matan niños judíos para golpear al gobierno de Israel y el sionismo. E Israel arrasa las casas de los kamikazes castigando a sus familiares. Cuando un jefe de Hamas es atacado, es su casa, luego su familia la que es atacada. Aquí no hay asesinatos selectivos como en los servicios de inteligencia occidentales.
Lógica asimétrica, lógica sacrificial, lógica comunitaria: estas son las tres características de esta Tradición islámica que trata de resistir a la occidentalización del mundo musulmán llevando la guerra a Occidente.
El empatanamiento norteamericano en Iraq era previsible y no hace más que revelar un poco más al mundo musulmán lo que hay de frágil en la modernidad occidental. El orgullo musulmán se ve reforzado ante este fracaso y este rechazo iraquí de colaborar con el ocupante. Después de todo, esto es normal: ¿o deberían los iraquíes aclamar a los que vienen a agredir a su civilización?
La Tradición islámica sale, pues, reforzada de este empatantamiento norteamericano. Sus filas crecen con nuevos combatientes. Muchos son los países árabes en los que si hubieran elecciones libres hoy verían la victoria o el avance significativo de los islamistas. Para no ser occidentalizada, la Tradición islámica está dispuesta a hacerle a sus asaltantes una guerrilla terrorista sin límites. Es capaz de desafiar hasta en sus últimas defensas la racionalidad occidental jugando contra ella la estrategia del absurdo: por ejemplo: golpear cualquier inmueble civil (lógica comunitaria), en cualquier lugar (lógica asimétrica), movilizando suficientes kamikazes (lógica sacrificial).
Si la Civilización Occidental quiere preservar la vida de sus hijos, esta haría bien en dejar a Oriente lo que es suyo: el conflicto árabe-israelí y la tierra de Iraq. La Civilización Occidental tampoco debería empecinarse en exportar en tierra del islam una modernidad que no hace más que atizar un poco más el odio contra Occidente.
2 comentarios:
Lo recibo por correo y como veía el titulo los eliminaba sin abrirlos, jaja y resulta que es tuyo. Lo comparto.
Saluditos.
Lo que me extraña es que no hayas pensado en mi, jejeje. Pero esto es totalmente cierto, como el agua cristalina.
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