En un lugar de Francia, cuyo nombre se desconoce, unos musulmanes celebraron hace unas semanas la” boda de un mártir” llamado Ayman Al-Hakiri, también conocido por los alias de Abu María Al-Tunsi y Matlub Al-Jannah (El buscador del Paraíso). El interfecto, que murió el 24 de febrero en Alepo, había sido miembro de Ansar Al-Sharía y de Jabhat Al-Nusra, grupo criminal éste último en el que ascendió a comandante.
A la esperpéntica celebración nupcial, símbolo de la unión entre el difunto y las huríes, acudieron numerosos creyentes atraídos por la promesa de un abundante condumio. Durante el concurrido ágape se honró a Hakiri y se loaron sus hazañas; todos, chicos y grandes, yantaron el mejor cuscús y remojaron sus gaznates con aromático té; entonaron melodías adecuadas a la ocasión y, por supuesto, no faltó la lectura de sugestivas suras alusivas al Paraíso mahometano.
El peculiar festejo fue un recordatorio a los creyentes e incrédulos sobre el Paraíso y sus inusitadas ventajas: cada interfecto tendrá derecho al uso y disfrute de 75 bellas señoritas de pechos turgentes , muslos marmóreos e hímenes mágicos que se autoreconstruyen; verá ríos de leche y miel y beberá vino que no embriaga; gozará de una vida eternamente orgasmeante ,evidentemente, sin la presencia de suegras inoportunas, y podrá consumir toda clase de exquisitas pitanzas entre coito y coito.
Casar a un muerto es cosa macabra que provoca asombro. Que algunos crean en la realidad de las huríes, unos lúbricos ectoplasmas que ejercen sus funciones en lo más parecido a un prostíbulo de postín, produce sonrojo y grima; pero que Hakiri, un asesino que ha militado en los grupos terroristas más sangrientos, sea agasajado en Europa ,por sus muchos méritos criminales, significa que nuestros pescuezos están expuesto, en cualquier momento, a las ocurrencias de cualquier asno deseoso de gozar de los placeres del Paraíso.
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