TODA LA INFORMACIÓN QUE SE PLASMA AQUÍ, ES INFORMACIÓN REAL QUE NO SE SUELE TENER EN CUENTA POR ALGUNOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN.

ESTE BLOG, NO SE HACE RESPONSABLE DE LOS COMENTARIOS VERTIDOS AQUÍ.

LES RECUERDO QUE LAS IP´S QUEDAN GRABADAS EN BLOG, POR SI ALGUNA AUTORIDAD LAS SOLICITA.

miércoles, 19 de junio de 2013

España no tiene por qué acoger a toda la miseria del mundo


 Entre los argumentos utilizados por los inmigracionistas, uno de los más frecuentes es el que dice: “Nuestro país debe acoger una parte de los que huyen de la miseria y el hambre en el mundo”. Eso supone que algunos países tendrían algún tipo de obligación con otros y que deben ocuparse de las necesidades de los demás. O sea que la miseria del mundo es la responsabilidad de unos pero no de los mismos afectados por ella.
Este argumento fue popularizado por un primer ministro francés, Michel Rocard (gobierno socialista de Miterrand), autor de este aforismo ya célebre: “Francia no puede acoger a toda la miseria del mundo, pero deber tomar su parte correspondiente”. Esa peculiar filosofía (carente de toda base argumental racional) ha sido adoptada por todos los “humanitarios” y “progresistas” que en Occidente son.
No estamos de acuerdo en absoluto con esa afirmación. Esa supuesta obligación moral no existe. De acuerdo a las siguientes razones no tenemos ninguna obligación moral de acoger inmigrantes por motivos “humanitarios”, o sea debidos a su pobreza o su miseria.
El primer aspecto que conviene subrayar es el más determinante: nuestro país, como cualquier otro, tiene obligaciones hacia su población, por encima de cualquier otra consideración.
Las sociedades humanas están bien administradas cuando cada cual se ocupa de sus asuntos y se preocupa de los suyos. La obligación de los padres es ocuparse prioritariamente de sus hijos. Pueden ayudar también a los demás pero no antes de haber asumido correctamente sus deberes hacia sus hijos, asegurando su subsistencia, su educación y habiéndolos ayudado a construir su futuro. Esto vale igualmente para los Estados. El deber de los poderes públicos españoles y europeos es en primer lugar ocuparse de las poblaciones que viven en España y en Europa. La situación de los pobres de África, de Asia o de América es asunto de los gobiernos y las sociedades de estas regiones y de nadie más.
En efecto, un Estado no es un individuo. Las mismas obligaciones morales que conciernen a un individuo no conciernen a un Estado. El individuo puede elegir ser generoso y practicar la caridad hacia sus semejantes, tal como lo recomienda los Evangelios. Esto no vale para el Estado. Imaginar que el Estado tiene también la obligación de compartir y ejercer la caridad con las poblaciones extranjeras y condenarlo porque se muestra “egoísta”, equivale a cometer un contrasentido acerca de lo que constituye la naturaleza del Estado. El Estado es una institución colocada al servicio exclusivo de las poblaciones que lo han constituido.
En segundo lugar, no tenemos ninguna obligación de acoger a nadie, porque la miseria y el hambre son la mayoría de las veces responsabilidad de los países de donde provienen los inmigrantes. La miseria y el hambre de esa poblaciones son el resultado de la guerra, de la demografía excesiva, del funcionamiento de sociedades sobre bases étnicas (la visión étnica conduce a las guerras, a la corrupción de las élites en provecho de su grupo, a la confiscación de los recursos por las etnias dominantes, etc…).
Ciertamente, existen en esos países zonas desérticas e inhóspitas que pueden llevar las poblaciones a la miseria, independientemente de los comportamientos colectivos o de las políticas llevadas a cabo por sus gobiernos. Sin embargo, las dificultades de la vida de las poblaciones son a menudo consecuencia en esas zonas a una presión demográfica demasiado importante en relación al medio ambiente y a los recursos naturales disponibles. Otras zonas no son para nada inhóspitas y son por el contrario fértiles y ricos en recursos. Sin embargo esas zonas son también fuente de una emigración importante (es el caso de algunos países de África central, por ejemplo). La inmigración no tiene, pues, nada que ver con las condiciones climáticas adversas presentes en tal o cual región.
En tercer lugar. la acogida de los pobres del mundo entero es en si mismo contraproductivo desde el punto de vista del desarrollo de los países “pobres”.
En efecto, la inmigración conduce a las poblaciones en cuestión a pensar que la solución a los problemas de sus países puede estar en otro lugar que en sus países. Pero la clave del desarrollo se encuentra en esos mismos países y no en el recurso a una solución exterior, ya sea la emigración, la ayuda internacional o el turismo.
Para terminar, debemos afirmar que nuestra riqueza es una consecuencia de nuestra acción y la de generaciones que nos han precedido. Estamos hoy colocados en una situación que desde algunas perspectivas es ventajosa (riqueza materia, sanidad, desarrollo tecnológico…). Pero estas ventajas y esta riqueza no nos han caído del cielo: son el resultado del trabajo, de la creatividad y de las virtudes morales de todas las generaciones anteriores que han levantado el edifico que nos cobija.
También hay que rechazar el calificativo de país “rico” que se nos atribuye en la intención de colocarnos en una posición de deudor. Y eso por varios motivos.
Las acusaciones que nos lanzan los países “pobres” son injustificables en la medida en que algunos de esos países disponen de grandes riquezas naturales, riquezas que países como España y otros carecen en absoluto.
En segundo lugar hay que decir que la riqueza de un país es un concepto que hay que considerar con prudencia. El nivel de vida, la riqueza de los habitantes de la mayoría de los países europeos está estancado desde hace una década y la posición de nuestros países en términos de riqueza por habitante se degrada cada vez más.
Además, la riqueza global del país no significa que el conjunto de la población sea rica. Existe en España, y en Europa en general, una población autóctona que pasa por dificultades y que se encuentra incluso en situación de pobreza. Es de estos pobres de los que hay que ocuparse.
Nuestro país no tiene ninguna obligación de acoger los pobres y menesterosos de los demás continentes, en detrimento de sus propias poblaciones. Eso no quiere decir de debamos negar cualquier ayuda, pero esta no debe ser concedida más que si corresponde al interés de nuestra población en al marco de un intercambio mutuamente ventajoso.
Debemos saber argumentar frente a los sofismas de los tercermundistas y demás “ciudadanos del mundo”, cuyo primer objetivo es perjudicar a los países europeos y a sus poblaciones autóctonas, designándolos como culpables por naturaleza y desarmándolos moralmente.

No hay comentarios: