El bárbaro asesinato de un militar británico en el sureste de Londreseste pasado miércoles no es un delito más cometido por una pareja de desequilibrados casualmente practicantes del islam. Los autores del crimen decapitaron a la víctima a golpes de machete mientras gritaban alabanzas a Alá, y a continuación tuvieron el valor de dirigirse a las cámaras de televisión intentando justificar su odioso crimen por el sufrimiento de los musulmanes en tierras del propio islam. Por desgracia, el argumento no es el delirio de dos fanáticos excéntricos, sino el discurso habitual que se puede escuchar en las mezquitas de Europa donde se dan cita los musulmanes más radicales, un fenómeno cada vez más extendido en las sociedades occidentales.
El islamismo radical centra sus esfuerzos en provocar crímenes y masacres indiscriminadas, mientras que su versión moderada ha conseguido enseñorearse de barrios enteros de las grandes ciudades europeas, donde la policía ya no se atreve a entrar y en los que se aplica la sharia. La conclusión es que, sea cual sea el grado de fanatización de sus fieles, el islamismo es incompatible con la democracia, por más que la clase política europea siga negando la evidencia con apelaciones a una tolerancia que no puede ser interpretada por los enemigos de Occidente más que como una muestra de su evidente debilidad. En España el foco islamista está situado en Cataluña, donde los clérigos más radicales controlan los lugares de culto con el beneplácito de unos gobernantes nacionalistas cuya inconsciencia es de esperar no tenga algún día consecuencias irreparables.
Como ocurre en todos los países islámicos, la principal preocupación de sus dirigentes religiosos es erradicar cualquier vestigio de libertad según se entiende en las sociedades occidentales, por ser una aspiración contraria a los preceptos de una religión que es, además de una doctrina trascendente, un compendio de normas civiles y un código penal. Sólo hay que ver la fiereza con que se masacran entre sí para tener una idea lo que nos espera a los europeos en caso de que nuestra clase política siga permitiendo la expansión del islamismo en nuestros países.
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