BD.- La prensa nos trae diariamente su cosecha de hechos delictivos protagonizados por individuos y grupos llegados de allende nuestras fronteras. Una cosecha tan puntual como abundante y luctuosa. Algunos le llaman hechos puntuales, otros hablan de plaga criminal. Que cada cual nombre a las cosas como su inteligencia les dicte.
Hace unos días unos 30 peruanos se enzarzaron en una reyerta en Navalcarnero con resultado de muerte de uno de los participantes en el enfrentamiento. Ayer mismo, la Guardia Civil detenía a los componentes de una banda marroquí llamada Mafia Maghrebine. Unas fechas antes, el mismo cuerpo desmantelaba una banda latina (y el juez ponía sus miembros inmediatamente en la calle). Hace un par de semanas, unos africanos candidatos a nuestra generosidad agredían con palos y cuchillos a los agentes de la Guardía Civil acudidos en su rescate. No hace mucho, unos manteros de la misma raza malherían a un agente municipal en Alicante. Hace horas un ecuatoriano ha asesinado a su novia de 15 años. Días antes, la policía detenía a tres marroquíes por robar a los pasajeros de un tren en Tarragona. Mientras tanto una pareja de gambianos se enfrenta a una pena de cárcel por la ablación de sus hijas. Y todos los días, la enésima detención de grupos de rumanos amigos del cobre y redadas de prostitutas extranjeras en locales o en las carreteras, etc, etc, etc…
La pregunta que nos hacemos es : ¿Qué clase de extranjeros hemos acogido? Porque la cuestión no es sólo la cantidad de inmigrantes que se han metido en tromba en España, sino la calidad de los mismos. Por lo tanto la pregunta es: ¿Quienes son estas gentes? La respuesta es: básicamente la escoria de sociedades arcaícas, subdesarroladas y bárbaras moldeada por la violencia, el incivismo, el salvajismo y el canibalismo social. Es obvio que si los 8.000.000 largos de extranjeros que viven hoy en España fueran polacos, argentinos o (podemos soñar) australianos y noruegos, no tendríamos el enorme problema que está llevando a España hacia un escenario de desorden creciente, conflicto permanente y destrucción segura.
Sin duda el volumen actual de inmigrantes que tenemos, así fueran de nacionalidades parientes y culturas afines, generaría algunos problemas inevitables, debidos principalmente a la envergadura de esa masa humana, que sin dudarlo un instante se sitúa entre los 8 y los 10 millones de unidades (contando el millón largo de nacionalizados en esta última década). Pero no tendríamos las cárceles repletas de inmigrantes en las proporciones actuales. Tampoco tendríamos las calles llenas de gentes que parecen salidos de los peores películas de serie B o de los más polvorientos libros de etnología. Y tampoco tendríamos masas cada día más numerosas y reivindicativas que quisieran imponernos sus leyes, sus costumbres y su religión, y convertirse en nuestros amos. Pero la realidad es que la gran mayoría de esta inmigración corresponde a naciones de raza, religión, cultura y moral incompatibles con el pueblo español, y por lo tanto de asimilación imposible dentro de la sociedad de acogida. .
Nadie en su sano juicio puede considerar la presencia abigarrada de esta humanidad desbordante que lo está arrasando todo a su paso, es una bendición o una oportunidad para los que han visto, en el espacio de apenas unos años, como su mundo ha sido cambiado dramáticamente y puesto en el camino de desaparecer para dejar lugar a otro más acorde a los gustos de los recién llegados, y que se parece como una gota de agua a otra al que dejaron atrás. Uno se pregunta: ¿Para qué quería esta gente salir de sus países para reproducir en el lugar de llegada lo que han dejado en el lugar de partida?
Estamos ante un fenómeno sin parangón en la historia de la humanidad. Estamos siendo invadidos por ejércitos de miserables y hambrientos que están destruyendo el refugio al que han llegado y avasallando al que le ofrece socorro. Nunca en ninguna parte nadie había traicionado a tal punto las leyes de la hospitalidad sin que no lo llamaran “el enemigo”. Que cualquiera de nosotros haga la experiencia de comportarse como lo hacen muchos de estos inmigrantes en sus países: ya veríamos el castigo que nos caería encima. El carácter agresivo y perjudicial que reviste esa inmigración en términos generales, y cuya máxima expresión violenta es la masiva criminalidad que ha traído en su equipaje, justifica plenamente el sentimiento compartido por un número cada vez más grande de españoles de que esta gente es el enemigo. Porque, desde luego, como amigos no se comportan.
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